Por Fabián Soberón
Para LA GACETA - TUCUMÁN
-Se podría tomar el libro Sobre la forma poética como iniciación al arte poético para los jóvenes poetas dormidos, al modo de lo que fue el escepticismo de Hume para Kant, es decir, un texto para despertar del sueño dogmático.
-La utilidad y el destino de un libro es siempre una incógnita que va develando el tiempo. Cuando te oigo mencionar a Hume y a Kant, lo primero que pienso es que tiene que haber un error. Pero puestas las piezas en su sitio, tal vez tengas razón en que esa reflexión sobre la forma puede ayudar a algún poeta joven a situar la poesía en su devenir. Es decir, cómo trabajó la poesía a través del tiempo histórico.
-El libro tiene dos partes: en la primera asistimos a una lectura cronológica de hitos e hilos de la historia literaria centrada en la poesía: Homero, Dante, Siglo de oro, la poesía en Estados Unidos, en Francia, el surgimiento del verso libre y su impacto, las noticias de España, la vanguardia en Europa, Latinoamérica y Argentina. La segunda parte es un ensayo que indaga en diversos asuntos. ¿Cómo pensaste la estructura del libro?
-Tengo la manía, más o menos desde siempre, de ir anotando en cuadernos y libretas lo que se me va ocurriendo a partir de las lecturas; de modo que tenía un montón de ideas dando vueltas por esas notas, hasta que un día pensé que debía ordenarlas. Es decir que, sin darme cuenta, ya tenía bastante avanzado el libro. Cuando me decidí a juntarlas, la tarea consistió en ordenarlas, llenar los huecos, completar los faltantes y, por supuesto, afinar la prosa, porque las notas estaban escritas con la peligrosa espontaneidad.
-Respecto a la vanguardia sostenés lo que se podría llamar una teoría del valor atenuado de la vanguardia. Decís que la vanguardia “se ha quedado sin contradictor, como si en una eventual contienda no tuviera contra quién pelear.” ¿Qué lugar tiene hoy la vanguardia entre los poetas?
-Creo que la vanguardia sigue siendo una importante referencia por la libertad de fondo y forma que aportó; pero lo que veo difícil es que hoy la creación automática o el libre fluir de la conciencia puedan traer novedades. Entre otras cosas, por los límites que también trajo el uso reiterado de esos recursos. Quedó bastante claro, reconocido por el propio André Breton, que la vanguardia dio como resultado no querido una tribu de poetas bastante intercambiables, que escribían más o menos de la misma manera; eso que Octavio Paz llamó “tradición de la ruptura”, señalando así que se había generado lo que menos podía querer la vanguardia: una tradición.
-Para mí uno de los ejes de Sobre la forma poética es la idea opuesta a la destrucción propia de la vanguardia: la idea de la construcción en poesía. ¿Cómo se puede pensar hoy en la faceta constructiva de la poesía?
-La construcción ha sido una constante a lo largo de la historia de la poesía. Hoy, después de más de un siglo de ruptura, la sensación es que estamos tan rodeados de cascotes que no me extrañaría que haya algún proceso de construcción, que por ahora no está definido. Por supuesto, no creo que se vuelva a lo que se llama forma clásica, ni a formatos troquelados, sino a búsquedas más abiertas, intensidades prosódicas, que expresen esta época; y que sirvan para decir que poesía no es todo lo que se presenta como tal, que hay poesía buena y mala.
-En el libro pensás en el exceso de alarmas (como esa que sostiene que la poesía ha muerto), los curiosos modos de rechazo de la poesía, la condición minoritaria de la lectura (relativizás esta afirmación). ¿Cuál es la alarma que late más fuerte en estos tiempos?
-Creo que las alarmas son más o menos las de siempre. En todo caso, te cuento la mía: que la poesía sea invadida por lo que se podría llamar “clima poético”. Un poema, hasta por etimología (creación), lo que quiere es instalar algo que previamente no existía, algo que no conocíamos; mientras que el “clima poético” instala objetos construidos con retazos conocidos, con lugares comunes de “lo poético”; porque lo que quiere es el aplauso, y lo quiere ya, como consecuencia de que el poeta, me parece, hoy confía más en el escenario que en sus conocimientos y lecturas. Castoriadis habló del “avance de la insignificancia”, y esto es una paradoja comprobable, porque esta es una época intensa, llena de cambios, proyectos, reclamos, debates; es decir, nada insignificante.
-Uno de los asuntos más controversiales tratados en tu volumen es lo que llamas la crisis del lirismo. Sostenés que ésta ya fue diagnosticada por Walter Benjamin cuando dijo que “es consecuencia de la desintegración progresiva entre la ciudad y el campo”. ¿Podrías hablar de los alcances de esta crisis?
-Benjamin personifica esa crisis en la figura de Baudelaire, que es quien sitúa prioritariamente la poesía como un hecho urbano. La idealización de lo rural proporcionó un tipo de poesía celebratoria, de canto a la naturaleza, que terminó dando una poesía más pendiente del “mito” que de “lo real”. La llamada “literatura de la tierra”, que fue muy importante en Latinoamérica, con grandes poetas y grandes prosistas, fue por supuesto escrita en las ciudades y, por lo tanto, se trataba en gran medida de una construcción mítica de lo rural. Una mitificación con la que la gente se sintió identificada, aunque no conocieran el campo, de modo que fue importante. Y estaba tan implantada esa modalidad que hablar de poesía era llanamente hablar de poesía lírica. Pero en algún momento, por distintas razones y en tiempos distintos según el lugar, el “mito” entró en crisis; y la vida real, la que los poetas y los lectores vivían, que era sobre todo urbana, reclamó su espacio y su poesía. Y la poesía fue perdiendo su propensión celebratoria, adquirió un tono distinto porque la temática reclamaba otro tratamiento. Y aquí estamos: no en la desaparición de “lo lírico”, pero sí en esa crisis de la que habló Benjamin.
-Cito una afirmación que hacés en el libro: “Hay un peligro para quien cultive el rechazo a las novedades sin razones fundadas: el de ser expulsado, ya no de la república de Platón, sino de su época”. ¿Podrías ampliar esta idea?
-Tal como viene esa frase, se refiere al rechazo sistemático (al temor) de los aportes que va trayendo el tiempo, y a protegerse con lo ya conocido, con la poesía del pasado. La poesía, como todo en general, vive de rejuvenecimientos, y lo que envejece muere o no es tenido en cuenta por ya no corresponder a la época que le toca. Y ésta es esa expulsión simbólica de la que habla aquella frase en su contexto.
-El libro es un compendio de aciertos y de invitaciones a pensar. Hay una idea que merece ser desarrollada aquí, entre estos párrafos. Entre las razones para escribir poesía, sostenés que al menos hay dos: “que subyazga cierta incomodidad; es decir lo opuesto a la autosatisfacción: que el poeta se ponga en la tarea para calmar alguna inquietud”. Y “que se note el placer por las palabras: usarlas, revisarlas, hurgarlas y sacarles todo el jugo…”.
-En realidad, lo que expongo son dos razones que a mí me gusta encontrar en la poesía, pero no puedo implantarlas como ley. A mí no me gusta la autosatisfacción porque se caracteriza, no tanto por la necesidad, como por el narcisismo. No es que me guste el poeta sufriente, pero sí que la poesía indague, pregunte, busque algo. Esto responde a la idea de que el artista, en todo arte, tiene alguna mutilación metafísica, algún pedazo que no está, y esta es una potente razón (es cierto que no la única) de la existencia del arte.
-Haces dos afirmaciones que, me parece, están conectadas: una es que “la poesía vive en el margen y su realidad es central”. Y la otra es que “no hay teoría que dure mucho”. ¿Esto significa que la poesía es más duradera que la teoría? ¿La poesía es más duradera que el bronce, como diría Horacio?
-Exacto, es una buena frase. Por otra parte, referido a la teoría, creo que es una manía exagerada de la época, sobre todo de la enseñanza universitaria, que llena de palabras raras la exposición crítica, palabras que caducan cada tanto. Es como si fuera una jerga, a veces incomprensible y siempre innecesaria, sin la cual pareciera que no se puede pensar. Confieso que le tengo bastante fastidio y, en cuanto aparece en lo que estoy leyendo, abandono la lectura. Los modelos de crítica son, para mí, los escritores; y no me imagino a Borges o a Octavio Paz usando esas jergas.
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